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lunes, 10 de agosto de 2015

Palabras.

    Cuando me paro a escribir, no sé hacia dónde encaminarme. Conforme tecleo una palabra, sale la siguiente hasta formar un párrafo. Sí, así es la escritura, espontánea como ella sola. Es tan libre que a veces me asusto. Te deja volar, soñar, imaginar, recordar e incluso revivir aquellos momentos que tanto añoras. Tiene la capacidad de hacerte sumergirte en un mundo paralelo al tuyo, algo que te entretiene y te deja helado sin palabras. A veces me pregunto cómo se consigue esa magia. Cómo un escritor atrapa al lector y lo deja con la curiosidad y el ansia de continuar la historia consiguiendo que toda su atención se concentre en ello, las páginas de un libro. Es mágico, único e indescriptible lo que un simple escrito puede llegar a repercutir en una persona. Nos hace reflexionar y ver la realidad que nos rodea. Nos deja sin aire en ocaciones y otras nos brinda la posibilidad de sentir que flotamos, pasando a formar parte de la historia. Otras, nos sentimos tan sumamente reflejados en esas palabras que nos asustamos. Pero a pesar de todo siempre queda algo, y es que hasta la persona que más vaga es para leer, siempre hay algo que le hace pararse quieto y ver todas y cada una de las palabras que le se interponen. Porque si no es ella, la escritura, ¿quién es la que nos hace ilusionarnos, enfadarnos e incluso ser los más felices del mundo? ¿quién si no las palabras?




             Ana Díaz.
Lunes, 10 de Agosto de 2015.

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